A veces siento que la vida se me escapa sin realmente vivirla. Es como si todo lo que hago estuviera programado y no quedase espacio para la improvisación. Te despiertas con una alarma y necesariamente tienes que vestirte y salir de casa. Ir al trabajo o a clase, ver siempre a las mismas personas, hacer siempre las mismas cosas.
Te preparas durante un tercio de tu vida para trabajar y el resto te la pasas trabajando. Solo al final, cuando ya eres demasiado viejo para hacer todo lo que un día soñaste, tienes el tiempo necesario para poder hacerlo. Entonces, miras atrás y te das cuenta de que te perdiste la vida por hacer siempre aquello que se suponía tenías que hacer.
Se supone que somos libres para hacer lo que queramos, pero vivimos dependiendo del dinero que tengamos en el banco. Lo peor de todo es que lo tenemos tan asumido que ni siquiera nos paramos a pensarlo. Vivimos en rutina. Días iguales se suceden en el calendario y nunca llega el momento en que al fin podamos disfrutar de la vida.
Y pasa volando.
Es como el tren que no se detiene en la estación cuando lo estás esperando. La vida es solo una y no te enteras de que te la estás perdiendo. Si no coges el tren, constrúyelo. Crea una maldita estación y vive en ella si te da la gana.
No digo que no estudies o trabajes, sino que no pierdas las ganas de vivir. Hay vida más allá de las cuatro paredes que rodean tu rutina. Atrápala y déjate llevar ahora que estás a tiempo.
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