Tienes tanta vida en la mirada que a veces me pregunto con qué sueñas cuando cierras los ojos. Debe ser maravilloso tu mundo, ese que te has cuidado de mantener tan tuyo como te ha sido posible. Nunca has dejado entrar a nadie sin quitarse los zapatos, olvidando los prejuicios en la entrada o, mejor aún, en sus propias vidas.
A ti, que te quieran tal y como eres. Que te acaricien el alma y, si no, que no entren.
Para qué entrar si no pretenden ser felices contigo. Si prefieren callar tu voz que escucharla, pintar tu cielo de estrellas imposibles en lugar de disfrutar de la noche oscura que tanto amas. Solo quieren cambiarte, como si eso fuera a darles un poco más de felicidad. Quitarle la alegría al mundo para quedársela ellos, para consumirla en eternos debates del qué dirán los demás si un día, al fin, me atrevo a soltarme las ganas.
Por eso te admiro. Naciste con las ganas desatadas. Eres capaz de confiar en la gente una y otra vez por mucho que te hayan dolido en el pasado. La vida no se disfruta si la vives enfadado. Es mejor confiar y ser feliz, por mucho que un día pueda doler, que seguir encerrado en un mundo gris en el que nunca pasa nada.
Y echar a patadas a toda persona que no sepa comportarse.
Tu mundo es tuyo.
Tu casa, tus normas.
Ojalá todos aprendieran un poquito más de ti. Que se rían contigo cada vez que rompas el silencio en lugar de querer callarte. Eres increíble y lo sabes. Te atreves con todo y sueñas a lo grande. De qué sirve soñar con cosas pequeñas si al final no te llenan. Que sean las cosas grandes las que marquen el ritmo. Cumple tus sueños de uno en uno y, al mirar atrás, verás las enormes montañas que un día coronaste y eso será fuerza más que suficiente para seguir luchando cada día por ser un poco más feliz.
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