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Algún día abrirán los ojos

Puede que no conozcamos al 99% de las personas con las que nos cruzamos por la calle, pero tragedias como las de París hacen que nos demos cuenta de que en realidad todos somos iguales, personas con los mismos sentimientos y preocupaciones, seres humanos que comparten un mundo que es maravilloso, por mucho que algunos se empeñen en negarlo.

A veces es difícil verlo, lo reconozco. No es sencillo tratar de mirar hacia otra parte cuando ocurren cosas como ésta, intentar mantenerte “desconectado” para que no te afecte es prácticamente imposible. Y la verdad, no quiero mirar hacia otro lado, no quiero perderme nada de lo que está pasando.

Siento su dolor como si fuera mío, su angustia, su miedo. Me recorre una tristeza infinita y una extraña sensación de culpabilidad que apenas comprendo, como si me aliviara que todo esto haya ocurrido lejos de la seguridad de mi hogar.

Lo malo es que en el fondo sé que no es cierto, sí que ha ocurrido en mi hogar, en el hogar de todos. Este mundo es nuestro y lo compartimos unos con otros, es el mismo sol el que ilumina nuestros días, el mismo aire, el mismo cielo. Por eso me parte el alma encender la televisión o entrar en las redes sociales, se me revuelve el estómago al ver las imágenes y pensar que los que hicieron eso pudieran haber sido personas completamente normales, humanos matando humanos en nombre de un Dios que, perdonen mis palabras, no es Dios si puede algún día llegar a perdonar eso.

La humanidad es algo frágil, pero tiene una fuerza impresionante.

Los que la pierden, matan. Los demás seguimos luchando, siendo fuertes y albergando la esperanza de que algún día abran los ojos a la realidad de lo que han hecho, lo que siguen haciendo, y suelten horrorizados las armas con las que hoy nos disparan.

Unidos somos fuertes, mucho más de lo que son ellos. Creen que con golpes como estos damos un paso atrás, reculamos y nos escondemos. Lo que no entienden es que consiguen exactamente lo contrario y de nuestro dolor nacen lazos tan fuertes que ninguna bomba logrará soltarlos.

Puede que entonces comprendan que lo que ellos llaman “Guerra Santa” es en realidad una lucha contra ellos mismos, una batalla por salvar lo poco que les pueda quedar de humanidad.

Esa es la única guerra que importa, y es precisamente la que están perdiendo.

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