A ti, que te ríes y no sabes lo que duele. Que hablas, que dañas, que sonríes y no te importa nada. A ti, que no conoces y aún así juzgas, que de tanto que dueles no te das ni cuenta del mal que haces. O eso quiero pensar, pues si lo supieras y aún así lo hicieras, sería imperdonable.
A ti, que te juntas con otros a los que también les gusta hablar de los demás, que te siguen el juego con tal de que no hables de ellos pues su vida, en el fondo, puede que se sea tan vacía como la tuya.
No sabes lo que duele saberse centro de cualquier crítica. Si mi vida es un desastre es problema mío. Mi ropa, mi cara, mi pelo, cualquier cosa que se te ocurre juzgar, tiene un por qué. Un motivo que desconoces y decides obviar para reírte, para sentirte un poco mejor contigo mismo gracias a las miserias de los demás.
Por eso te escribo. A ti, que podría considerarte enemigo. Yo no soy como tú. Quiero que entiendas de una vez por todas que no somos tan diferentes, que la vida que me ha tocado vivir a mí, podría haberte tocado a ti. Así que no juzgues a los demás sin juzgarte a ti mismo primero.
Estoy seguro que, desde ese momento, no volverás a hacerlo. Porque te falta entender que la vida no es fácil para nadie, que las decisiones que tomamos pueden afectarnos de muchas formas diferentes y, a veces, seguir adelante se vuelve un desafío.
Yo soy feliz tal y como soy.
Tal vez, de tus risas se desprenda tu propia tristeza contigo mismo.
No lo sé. Solo sé que nunca es tarde.
Así que… a ti, que tanto daño has hecho, te perdono. Pero cambia, aprende, porque nada bueno nace del dolor de tus risas.
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